Pontificia y Real Archicofradia de Nuestra Señora del Rosario
Durante esta centuria y la siguiente, constatamos la procesión pública de la imagen mariana del Rosario por las calles antequeranas, cada 25 de marzo, día de la Encarnación, así como la dedicación de fiestas religiosas, sobre todo a partir de 1571, cuando la intercesión de Nuestra Señora del Rosario propició el triunfo de las tropas del monarca Felipe II ante el turco otomano, en la memorable Batalla de Lepanto. Esta victoria de las armas católicas ayudó a difundir por todo el orbe cristiano el culto a la Virgen y el rezo del Santísimo Rosario, siendo el Sumo Pontífice Pío V quien, a partir de ese mismo año, instituyó su festividad anual el 7 de octubre. El número de indulgencias y privilegios concedidos por los distintos Santos Padres a las capillas, santuarios y cofradías, cuya titular fuese la Virgen del Rosario, son incontables, siendo extensibles a todos los territorios de la cristiandad, sin excepción.
Historias manuscritas sobre la ciudad de Antequera, redactadas en los siglos XVII y XVIII, se detienen en transcribir estas bulas papales que acreditan lo inmemorial y la utilidad del fervor rosariano. Sin embargo, será a partir de 1586 cuando podamos constatar, con mayor rigor, la trayectoria histórica de esta cofradía. Dicho año, la Orden de Santo Domingo de Guzmán funda convento en nuestra localidad. El nuevo templo dominico se hará en poco tiempo con las imágenes y el culto practicado tanto al Nazareno del Dulce Nombre —hasta entonces localizado en el convento franciscano de Jesús—, y de Nuestra Señora del Rosario, alegando para ello derechos pontificios. Los cofrades instalados en el hospicio de la Caridad se avienen al traslado sin resistencia, pudiendo afirmar que son los mismos hermanos en conformar la nueva corporación bajo el patrocinio de los dominicos. En 1587, un poco antes de instalarse en la nueva sede, la corporación adquiere una nueva talla de María Santísima del Rosario, obra de Juan Vázquez de Vega, más adecuada para vertirse y procesionar, al superar en dimensiones a la venerada hasta ese entonces. Esa nueva y hermosa imagen mariana, con el Niño Jesús en brazos, es la que hoy podemos admirar en el camarín de su capilla de la Basílica de Santo Domingo en Antequera, de la que destacan su policromía dorada, sus bellos rasgos y serena mirada.
Un trágico suceso unirá a la Virgen del Rosario con la historia de la ciudad. En 1679 los antequeranos sufrieron la epidemia de peste bubónica más terrible de las registradas hasta ese momento, cuyas lamentables consecuencias en pérdidas de vidas humanas y económicas no vuelven a ser equiparables hasta la pandemia de fiebre amarilla, acontecida a comienzos del siglo XIX. El lazareto ubicado entorno a la Plaza de San Bartolomé, para atender a los enfermos, apenas prestaba socorro a los centenares de apestados hacinados en su interior, ante la falta de médicos y de recursos, siendo los padres capuchinos los más sacrificados y entregados en la asistencia física y espiritual de los moribundos. Toda la urbe estaba tapiada para impedir el acceso y la salida de personas, frenando con ello la entrada de alimentos. La muerte, figurada en peste y en hambre, campaba por las calles antequeranas sin freno alguno. Las
fosas comunes abiertas en zonas extramuros llegaron a treinta y tres, sin poder calibrarse con exactitud cuántas almas se llevó consigo el contagio. Junto a estos enterramientos colectivos, el fuego de las grandes hogueras, prendidas de día y de noche durante largas jornadas, consumía objetos textiles y de madera, con el fin de purificar, destruyendo con ello los ajuares de las casas, los útiles de los artesanos, los bancos de las iglesias…la devastación era un hecho y los contemporáneos creían que había llegado el fin de la ciudad, su extinción más absoluta.
No sin reticencias iniciales, los dominicos accedieron a la petición masiva de los antequeranos de procesionar la imagen del Rosario por las calles de la ciudad, para pedir su mediación ante el castigo de la peste. El ansiado hecho aconteció la noche del 20 de junio de 1679, precediendo antes del desfile unagran tormenta, de inusitada violencia, según las crónicas. El temporal se serenó justo a la salida de la “reina de los Cielos”, la cual llegó hasta el hospital donde estaban los enfermos, volviéndose después a su templo, acompañada durante todo el trayecto de los rezos de los religiosos, de las autoridades municipales y del vecindario. La coincidencia de esta procesión con la purificadora lluvia, limpió el ambiente viciado por la enfermedad contagiosa y devolvió la salud a los antequeranos. La Virgen del Rosario volvió a recorrer las calles de la ciudad el 28 de junio, acompañándole, junto al fervoroso gentío, una paloma blanca revoloteando entre sus andas, señal interpretada como la definitiva redención de los pecados y del milagro de la salud colectiva realizado por la piadosa madre celestial.
El concejo antequerano en la sesión capitular celebrada el 23 de junio de 1679, proclama a la Virgen del Rosario patrona de la ciudad y vota una fiesta perpetua anual (con festejos de toros y fuegos nocturnos), siendo la primera en celebrarse el 8 de octubre de 1679.
El colectivo de escribanos y procuradores le dedicaron también, perpetuamente, una misa cantada uno de los días de su octavario. La devoción despertada por el milagro de María Santísima del Rosario, ante el la catástrofe de la peste, le valió ser merecedora de numerosos obsequios por parte de devotos, desde joyas, mantos, a una preciosa lámpara de plata que cruzó el Atlántico desde Méjico, enviada, en 1720, por un antequerano afincado en las lejanas tierras americanas.
De entre todos los exvotos ofrendados a la Virgen destaca el cuadro de La epidemia de peste, custodiado en la nave de la epístola de la iglesia de Santo Domingo de Antequera. Aunque el lienzo original, de autor anónimo, se pintó poco tiempo después de publicarse la victoria sobre la peste, posiblemente entre 1679 y 1680, lo que hoy admiramos es una renovación fechada en 1732, costeada por un devoto del Rosario. En la parte inferior del lienzo podemos ver distintas curas practicadas a los enfermos: sangrías, escisión y cauterización de bubones…Podemos identificar el hospital de San Juan de Dios en medio, los carros transportando los cadáveres a las fosas extramuros, junto a las cuales se localizaban los quemaderos donde se destruían todos los objetos contaminados. En la parte superior aparece la Virgen del Rosario, en un rompimiento de gloria, parando a la enfermedad que caía sobre Antequera en forma de flechas.
El fervor a la Virgen del Rosario continuó a lo largo de los siglos, siendo más evidente en los años en los cuales los antequeranos sufrían penalidades, sobre todo víricas, como la fiebre amarilla de 1804. El convulso siglo XIX y las desamortizaciones de los bienes eclesiásticos, extinguieron a la orden de los dominicos de la ciudad y sin su patrocinio, la historia de la cofradía queda diluida, experimentándose un declive devocional, sin llegar a consumirse del todo. Es hoy, ya en el siglo XXI cuando un grupo de cofrades trabaja por recuperar e incrementar la fe profesada a la Virgen del Rosario, manifestando la admiración por el pasado glorioso de esta advocación. Sin ella no se entenderían muchos episodios protagonizados por los antequeranos que nos precedieron siglos atrás. Custodiar, conservar y ampliar el patrimonio asociado a Nuestra Señora del Rosario y su archicofradía, así como difundir la creencia en su efectiva intercesión, son los objetivos de las personas vinculadas a la actual hermandad.
En la actualidad
Actualmente la cofradía está notando un resurgir y cabe a destacar la realización de conferencias en torno a temática artística, histórica y religiosa a lo largo del año, así como los actos centrados en torno a la festividad de su titular el 7 de Octubre. Como manifestación cultural se realiza una exposición anual la última quincena de septiembre, acompañado de una populosa verbena en torno al tercer fin de semana de septiembre. En la primera semana de octubre celebran su triduo anual en honor a la Virgen del Rosario que culmina con una colorida salida procesional en la mañana del primer domingo de octubre por un tradicional recorrido en un barrio que se vuelca para con Su Virgen, que pasea majestuosa en un labrado y espectacular templete de plata y luciendo alguno de los 14 mantos que posee vestigio de vestidos de novia de damitas agradecidas a la Virgen. Todo ello aderezado con dos faroles antequeranos que van en trono propio, herencia de un pasado fastuoso y animado por las campanillas de niños y niñas vestidas de un original monaguillo color coral.
Así mismo cabe destacar el impresionante joyel que posee esta advocación, piezas de oro, plata y piedras preciosas de impresionante valor material e incalculable valor artístico fruto de la populosidad y devoción en el pasado a esta Imagen. Parte de este joyel posee vitrina propia y está expuesto en el Museo de la Ciudad. La imagen de la Virgen obra de Juan Vazquez de Vega en 1587 se encuentra custodiada en la Basílica de Santo Domingo cobijada en una excelsa coronación de madera dorada desde hace 300 años y rodeada de exvotos en torno a su milagrosa existencia, tallas en madera de Andrés de Carvajal y otras piezas de orfebrería como el sagrario atribuido a José Ruiz.